(Imagen de portada provisional)
NOVEDADES EN HELLSTOWN
BALADA DE LOS CAÍDOS, PARTE II
ANTICIPO DE LA SEGUNDA PARTE
Ya estamos trabajando en la segunda parte de la saga, y queremos ofrecer a nuestros lectores una primicia para que vayan abriendo boca. Os ofrecemos el Prólogo de la segunda parte, de momento con el título (provisional, todo lo es de momento) de Las ruinas del Elíseo. Que lo disfrutéis. ¡Y hacednos llegar vuestros comentarios!
Prólogo
Blake se encuentra en lo que parece el
elegante salón de un club de gentlemen de estilo británico, con
alfombras persas y paredes forradas de nogal, cubiertas de retratos de miembros
ilustres. El mobiliario es escaso pero elegante: pequeñas mesas de té, algunas
de ellas con los periódicos del día encima, cómodos sillones de cuero y algunos
estantes con libros clásicos; en las mesitas, unas lámparas con pantallas de
cristal labrado de color esmeralda dan al salón un matiz de sosiego y
tranquilidad.
Los hombres y mujeres allí sentados leen
libros o periódicos, toman copas de brandy y ginebra, y algunos de ellos
charlan en tono flemático y desapasionado acerca de temas de actualidad
política y económica. Blake es uno de ellos y opina con cierta indiferencia
acerca de esas cuestiones: el gobierno, las finanzas, la huelga de estibadores,
etc. No parece una conversación especialmente interesante. Por el estilo de la
ropa y los peinados de los presentes, así como por ciertos detalles de la
decoración del salón, y por los asuntos que tratan y los nombres que mencionan,
parece que estén en algún momento de mediados del siglo XIX.
Pero Blake no es Blake, sino otra persona.
Es su anterior encarnación, y se encuentra en la antigua sede de los Señores de
la Llama Eterna, en la avenida Lexington, la cual Blake conocerá en su
adolescencia, durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, aún no ha nacido;
es otro yo.
Entre los presentes, reconoce a algunos,
viejos miembros del Consejo de los Señores, que ya en aquella época formaban
parte de la comunidad. Allí están, más jóvenes, Paul y June. El primero no participa
en la conversación, y se limita a leer un libro. Con su aguda visión, capaz de captar
los más pequeños detalles, Blake lee el título a varios metros de distancia: se
trata de El reino de los Antiguos. Conoce el libro; es un tratado
bastante especulativo acerca de la psicogeografía del Abismo, escrito por un
autor bastante desacreditado en el presente. June, mientras tanto, sí es una de
las tertulianas, y está diciendo algo sobre el problema sindical del puerto, con
bastante más entusiasmo que sus compañeros. Cuando se fija un poco mejor ‒ve todo como
envuelto en cierta neblina, y los sonidos le llegan amortiguados‒, Blake se da cuenta
de que también está presente Theresa, la Cronista, quien de hecho fue miembro
del Consejo en otro tiempo.
Todos los presentes, una decena contándole a
él mismo, son caídos, excepto el sirviente mortal que entra y sale y sirve
copas y les pregunta si todo es de su agrado. Con total seguridad, está
sometido a sugestión para no recordar nada de lo que allí se diga acerca del
mundo sobrenatural.
Se trata de un sueño, Blake es consciente de
ello. Un sueño en el que está evocando una vida pasada. Él nunca ha tenido
facilidad para ello, pero desde hace unos dos meses sueña recurrentemente con
esta vida anterior, va conociendo cada vez más detalles acerca de ella. Se le
van revelando como en una película de la que viera cada vez más minutos, aunque
retrocede una y otra vez y vuelve a ver el comienzo u otras escenas previas. El
proceso es lento y algo tedioso, pero así se progresa en la autognosis; y Blake
no puede quejarse, porque antes tenía un enorme vacío acerca de su pasado. Por
fin se le empiezan a revelar ordenadamente piezas de su existencia anterior.
Bien. Ya era un Señor de la Llama en el XIX,
y los mayores de la comunidad lo conocían, así que podrán contarle cosas acerca
de sí mismo. Es una gran casualidad, piensa, y una gran ventaja, que él ‒su anterior él‒ ya estuviera allí
en esa época. Además, no parece un miembro cualquiera del clan, pues estar en
ese club parece indicar que forma, cuanto menos, parte del Coro. Tiene que
haber mucha información sobre él. Paul, Stephen y los demás se sorprenderán
mucho cuando sepan esto; resulta que ya lo conocían, sin saberlo. Pero, claro,
sólo un caído puede rememorar quién fue en vidas anteriores. No es algo que los
demás puedan averiguar, pues sólo se recuerda la propia vida.
En esta época se llama Philip. Lo sabe porque
los demás se dirigen a él así. Y da la impresión de que tienen su opinión
bastante en cuenta, tanto acerca de temas teóricos como de la actualidad en
general. Sentado en un sillón de cuero, remueve su copa de brandy y habla con
una concisión no del todo libre de cierto sarcasmo acerca de lo que cuenta la
prensa sobre los asuntos candentes. Se expresa como un tipo inteligente y culto,
pausadamente, pero con un sutil sentido del humor. Parece que encaja muy bien
en ese ambiente. Tiene toda la pinta de tratarse de un Sabio.
Por la época en que se encuentra, en aquella sede ya desaparecida de la avenida Lexington, Blake sabe que William tiene que estar por allí y ser ya el Alto Señor. En su vida actual, él fue quien lo descubrió y guió su Despertar, y quien lo condujo a ese lugar por vez primera y lo presentó a los demás; le encantaría ver a su mentor en ese sueño que se desarrolla noche tras noche; pero todavía no ha sido así. El sueño es puramente pasivo, receptivo; Blake no puede hacer nada para guiarlo, no toma ninguna decisión en él. Se limita a percibir lo que hizo Philip, su alma en esa existencia anterior. Así que tendrá que cruzar los dedos y esperar que se le muestren cosas interesantes, y quizá vea a William y otros seres queridos. Probablemente sea así: lo sueños significativos siempre tienen un porqué; no muestran cualquier cosa, sino lo que se tiene que saber. Así que seguirá esperando.
Por la época en que se encuentra, en aquella sede ya desaparecida de la avenida Lexington, Blake sabe que William tiene que estar por allí y ser ya el Alto Señor. En su vida actual, él fue quien lo descubrió y guió su Despertar, y quien lo condujo a ese lugar por vez primera y lo presentó a los demás; le encantaría ver a su mentor en ese sueño que se desarrolla noche tras noche; pero todavía no ha sido así. El sueño es puramente pasivo, receptivo; Blake no puede hacer nada para guiarlo, no toma ninguna decisión en él. Se limita a percibir lo que hizo Philip, su alma en esa existencia anterior. Así que tendrá que cruzar los dedos y esperar que se le muestren cosas interesantes, y quizá vea a William y otros seres queridos. Probablemente sea así: lo sueños significativos siempre tienen un porqué; no muestran cualquier cosa, sino lo que se tiene que saber. Así que seguirá esperando.
En otras fases del sueño, en sucesivas
noches, se ve a sí mismo haciendo cosas cotidianas, siguiendo la rutina de
Philip. Siente afinidad con él, lo cual no es tan normal como podría parecer,
pese a tratarse de la misma alma; es sabido que un caído puede haber tenido un
carácter totalmente distinto en vidas diferentes. La herencia biológica del
cuerpo en que se reencarnan, la educación y otras circunstancias definen en
mayor medida sus principales rasgos de personalidad, aunque haya una esencia
imborrable, algo que marca una especie de destino en cada una de las sucesivas
existencias.
Pero, al igual que Blake, Philip es un
hombre estudioso, que pasa muchas horas diarias en su estudio, bien provisto de
libros, leyendo viejos tomos de historia, ciencias naturales y, cómo no,
ciencias arcanas como la alquimia, la cábala o la geomancia. Es un tipo sobrio
y espiritual, de costumbres estoicas, poco dado a los placeres, con la excepción
de algún licor muy ocasional y de fumar en pipa un par de veces al día. Visita
librerías de viejo y normalmente va al teatro o a la ópera una vez a la semana;
suele comer en restaurantes ‒no lujosos, pero sí pulcros y discretos‒, donde le gusta hacer largas sobremesas
leyendo varios periódicos.
Es un hombre solitario, por lo que Blake
puede ver. Acude casi a diario a la sede de los Señores, y participa en todos
los encuentros de la logia francmasónica del Crepúsculo Escarlata ‒ubicada en la Isla, curiosamente
muy cerca de donde, en el presente, se levantaba la recientemente derruida
torre Elysius‒. Es un
miembro de nivel 29, Caballero de San Andrés, según el Rito Escocés.
Naturalmente, todo esto es una teatralización que los Señores llevan a cabo de
cara a los mortales, por lo menos a ciertos círculos selectos de ellos que
tienen el poder ‒políticos, banqueros, abogados, algunos intelectuales, etc.‒ y a través de los
cuales los caídos controlan la sociedad mortal. La logia es en aquel entonces,
en realidad, la sede de los Sabios, que se reúnen en las estancias de las
plantas superiores del bello edificio neoclásico, mientras que reciben a los mortales
y juegan con ellos en los suntuosos salones de la primera planta. Como los grados
más altos de la logia los ostentan los propios Sabios ‒y Philip, en efecto,
es uno de ellos‒, tienen restringido el acceso a ciertas salas y libros que los iniciados
mortales creen que algún día serán para ellos. Una bella metáfora del
funcionamiento del mundo.
Aparte de estas obligaciones “profesionales”,
como miembro de su clan y de su gremio, se reúne ocasionalmente con algunos
mortales por los que siente aprecio, o con los que, por lo menos, comparte
gustos y aficiones. En un círculo literario que se reúne en una céntrica
cafetería charla sobre las novedades recién llegadas de Europa, sobre todo de
Francia y Rusia, donde autores como Flaubert o Gógol están produciendo innovaciones
sorprendentes. Y en la casa de Madame de Lanchet, célebre dama de la alta
sociedad que recibe a lo más granado de Hellstown, asiste ‒con escaso protagonismo‒ a debates, a veces
muy encendidos, sobre el progreso científico e industrial de la humanidad.
Por lo demás, juega al ajedrez con quien se
preste a ello en las mesas de merienda del Parque Central ‒es un jugador
excelente‒, y
en la soledad de su apartamento, en la elegante calle Ámsterdam, donde viven
muchos profesionales de clase media alta, disfruta tocando el violín cuando no
está leyendo o escribiendo.
Pero lo que hace siempre que tiene tiempo y
no está atendiendo ninguna obligación hacia los caídos o los mortales, es
precisamente leer y escribir. Como buen Sabio, es todo un erudito cuyo saber
abarca varias disciplinas con maestría. Ha escrito monografías sobre teología,
filosofía y hermetismo, y entre sus muchos artículos ha tratado la astronomía y
la astrología, el mesmerismo y la frenología, y en general, cuantas
ramificaciones de las nuevas ciencias naturales se tocan con el conocimiento y el
dominio del alma.
Blake se ve a sí mismo haciendo lo que hace
Philip; recordando, de hecho, lo que su alma hizo en esa vida anterior, y paulatinamente
percibe detalles de lo que lee y escribe. Noche tras noche, va siendo capaz de
leer pasajes de cuadernos y cuartillas sueltas, escritos en la elegante y
vertical caligrafía de su previa encarnación, en los que anota sus ideas y
reflexiones.
Además, Blake no sólo percibe lo que los
sentidos de Philip le muestran; también sus emociones y pensamientos se le van
haciendo legibles. Y así, empieza a descubrir lo que realmente le obsesiona, lo
que tiene su mente cautiva. Muchas de sus anotaciones tratan de una mujer. De
una tal Madeleine.
Únicamente en sus sueños más recientes Blake
ha visto a Madeleine por primera vez. Es una mujer joven, aunque para la época
no lo es tanto; estará en los veintimuchos o treinta y pocos, y trabaja en una
floristería. Es más bien baja y de constitución delgada. Resulta atractiva a
primera vista, aunque una mirada más atenta resalta algunos pequeños defectos,
pero en conjunto resulta bella. Los ojos azules son lo más destacado del
rostro, encajados en una cara ovalada, con unos labios finos y una sonrisa que,
quizá, muestra demasiado los dientes. Las orejas son un poco grandes, pero su
peinado las disimula convenientemente. Viste de forma sencilla, pero con buen gusto,
aprovechando bien unos recursos económicos evidentemente no excesivos.
Philip acude con cierta frecuencia a la
floristería y hace pedidos caros; aunque allí trabaja otra muchacha, además del
propietario de la tienda, Philip siempre se muestra reacio a ser atendido por alguien
que no sea Madeleine, a la que da cuidadosas indicaciones de lo que quiere. Así
aprovecha para entablar conversación. No acepta que un mozo lleve el género a
su dirección, sino que va él mismo siempre a recogerlo, para así poder ver a Madeleine
de nuevo. En ocasiones, se sienta en la terraza del café de enfrente y desde
allí, con sus agudos sentidos de caído, la observa detenidamente. En cuanto a
la flores, como sólo son una excusa, y no tendría dónde meter tantas, las deja
en una iglesia que le coge de camino. Pero siempre se queda con una y se la
pone en el bolsillo de la chaqueta.
Es evidente que está enamorado de ella, y
que ella lo sabe. La joven no parece hacerle ascos: cuando Philip acude a la
floristería, se muestra atenta y cordial, más de lo que el simple trato a un
cliente podría exigirle. Parece contenta de que él acuda. De vuelta en su
estudio, Philip escribe meticulosamente todos los detalles y palabras de cada
encuentro con ella. Le ha escrito varios poemas ‒que no le ha entregado‒, y varias de las
piezas que toca al violín, aunque no sean suyas, las ejecuta pensando en su
musa. Su solitaria vida gira en torno a ese deseo.
Eso es todo lo que de momento Blake ha podido averiguar de Philip. Nada especialmente relevante, cree, o que haya ensanchado el conocimiento de sí mismo, y con él sus poderes, como suele provocar la anámnesis.
Eso es todo lo que de momento Blake ha podido averiguar de Philip. Nada especialmente relevante, cree, o que haya ensanchado el conocimiento de sí mismo, y con él sus poderes, como suele provocar la anámnesis.
En cuanto a él, suele despertarse bruscamente
de estos sueños evocadores. Y al hacerlo, se encuentra a Rain a su lado,
normalmente dándole la espalda y acurrucada, como suele dormir ella. Llevan
viviendo juntos, en su buhardilla de la calle Ithaca, desde los acontecimientos
de aquella noche trágica en que el Horror destruyó la torre Elysius. Desde
entonces han pasado casi tres meses. Al cabo de unas semanas, en cuanto estuvo totalmente
repuesto de sus graves heridas, Blake empezó a tener estos sueños; en cambio, los
que venía teniendo con los lobos, la torre y el cordero, no han vuelto a
repetirse más, afortunadamente.
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© 2019 D. D. Puche & Grimald Libros
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